LOS MINEROS CHILENOS Y LA LIBERTAD
Por Alberto E. Moro
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Se trata, siempre, de la libertad perdida,
ese componente esencial de la dignidad de las personas
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Hace milenios que los seres humanos, en su curiosa y ávida esencialidad de querer explorarlo todo, visitan las cuevas subterráneas y cavan galerías en la corteza terrestre, en un asombros paralelismo con otras especies animales, como las hormigas o ciertos roedores. Y si bien en ocasiones pretéritas algunos grupos humanos vivieron en cuevas o cavernas, no es un impulso genético el que hoy los mueve, sino algo mucho más prosaico, como es la codicia por los valiosos minerales, cobre y oro por ejemplo, cuyas vetas se encuentran en la profundidad de las formaciones rocosas.
Hace algo más de un año, escribíamos sobre el inevitable componente de esclavitud que las grandes realizaciones de los hombres de todos los tiempos han requerido (*). Los antiguos, generalmente para glorificar a un ser de carne y hueso como todos, que se creyó e hizo creer a los demás que estaba por encima del resto de los mortales, por lo que debían dedicársele obras monumentales. Los modernos para satisfacer la desmedida ambición de grupos financieros cuyo deporte favorito es la acumulación de capital, y no obstante los muchos siglos transcurridos, en ambos casos con manifiesta crueldad y explotación de sus congéneres. Antes, de forma explícita esclavizando a los vencidos de otros pueblos o sojuzgando a los habitantes del propio, y hoy en formas larvadas de sometimientos basadas en la desocupación y una de sus consecuencias: la con-trata de gente para realizar trabajos pesados y peligrosos compensados por salarios insuficientes. De este modo se reproducen indefinidamente las necesidades perentorias de esos grupos, creándose así una fuerza de trabajo necesitada, siempre disponible para su explotación inmisericorde.
Ése es seguramente el caso de los 33 mineros sepultados en Chile -esperamos que transitoriamente- y el de las innumerables situaciones similares que se han dado a lo largo y a lo ancho del mundo a través del tiempo. Esta vez, la esperanza se funda en la determinación de todo el mundo por sacarlos de esa involuntaria prisión, y en encomendarse a los dioses para que ningún terremoto pueda destruir su precario refugio o inutilizar las excavaciones que se están haciendo. Recordemos que no hace mucho ese flagelo telúrico azotó a gran parte de la nación trasandina.
Reflexionando sobre este dramático episodio, no podemos menos que observar la gran movilización humanitaria y la colaboración internacional en equipos técnicos que lograrían eventualmente cristalizar la hazaña de rescatarlos con vida de las profundidades de la montaña, antes de que ésta “se asiente”, como dicen los lugareños para indicar que se han aplastado los espacios accidentales de su interior, muchas veces un rezago de conmociones geológicas ocurridas hace cientos de millones de años.
Esta movilización, tiene todos los condimentos de un espectáculo, con los diferentes estamentos sociales presentes y perfectamente escalonados, cada uno con su liturgia y aprovechamiento de las circunstancias, sin que falten ni los políticos, ni los sacerdotes, ni los militares, ni las omnipresentes cámaras de televisión. Todo ello mientras se reciben noticias reconfortantes sobre la entereza de esos rudos trabajadores atrapados a 700 metros de profundidad, que tienen por delante una larga y azarosa noche que durará varios meses.
Pero también tiene este episodio sus facetas positivas, pues estos prisioneros de la tierra están en contacto permanente con el exterior, reciben alimentos de calidad, tienen controles y supervisión médica, se les envían y sugieren instancias recreativas y, sobre todo, están en contacto con sus familiares, lo cual hace que la situación sea mucho mas llevadera que lo que sería en un aislamiento absoluto. Lo sanitario, lo alimentario, lo afectivo, lo recreativo, están cubiertos, y una expectante y nunca vista solidaridad planetaria que seguramente perciben, los acompaña en tan duros momentos.
Y –casi sin poder evitarlo- estas reflexiones me llevan a comparaciones que como suele decirse, pueden resultar odiosas, pero sin embargo ilustrativas. Imagino, y le pido a los lectores que hagan lo mismo, como debieron y deben sentirse los millones de personas que en el pasado y aún en el presente, han sido y son confinadas en cárceles o campamentos precarios, las mas de las veces con una alimentación repugnante, sin asistencia médica, sin mas recreación que el trabajo forzado en condiciones climáticas extremas, sin contacto físico ni visual con sus familiares, sin otras perspectivas que la inanición seguida de muerte y, lo que es aún peor, sabiendo que han sido recluidos y excluidos de la vida normal tan solo por pensar diferente y oponerse a los despóticos designios de un grupo de tiranos encaramados en el poder.
Dachau, Auschwitz, Birkenau, Treblinka, los campos de exterminio y las cámaras de gas donde los enfermos mentales promotores del nazismo pretendían “purificar la raza”. Siberia y los Gulags de la Unión Soviética donde, en el imaginario stalinista, serían supuestamente re-educados los que pensaban diferente. Las salvajes “purgas” de la Revolución China para todos los que no aceptaban las crueles directivas del Libro Rojo maoista. Las esclavitudes y asesinatos en Laos, en Camboya, en Irak y en tantos países africanos de los cuales solo nos llegan esporádicas noticias, padecidas por miles de millones de personas cuyo único crimen ha sido tener un pensamiento democrático sin adhesiones fanáticas a ningún líder carismático. Sin olvidar los prolongados secuestros de personas por tiempo indefinido por razones políticas, sin otra acusación que la disidencia con los regímenes totalitarios imperantes, perpetrados en tantas naciones latinoamericanas. Y ello sucede actualmente en Cuba, país donde pervive una de las dictaduras más recalcitrantes del planeta, con su medio millar de presos políticos cuyo único delito fue el de haber aspirado a vivir con libertad.
¡Cuánto sufrimiento acumulado por la humanidad! ¡Cuánta injusticia cometida por unos hombres contra otros hombres! ¡Cuánta sevicia en las torturas por simples razones ideológicas o religiosas! Esperar, contra toda esperanza…
En esto radica la diferencia de condición con los mineros chilenos. Esperan ser salvados con apoyo moral, con dignidad no exenta de heroísmo, con cobertura médica y social, en contacto virtual con sus seres queridos. Esperan, a favor de la esperanza.
Se trata siempre, de la libertad perdida. Esa libertad de moverse, de ir y venir, de de actuar o no, de pensar de una manera u otra, sin coerciones. Esa libertad en el fondo restringida por los límites que impone la libertad de los demás, pero que contiene en sí misma, “es” en sí misma, el componente esencial de la dignidad de las personas.
Por Alberto E. Moro
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Se trata, siempre, de la libertad perdida,
ese componente esencial de la dignidad de las personas
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Hace milenios que los seres humanos, en su curiosa y ávida esencialidad de querer explorarlo todo, visitan las cuevas subterráneas y cavan galerías en la corteza terrestre, en un asombros paralelismo con otras especies animales, como las hormigas o ciertos roedores. Y si bien en ocasiones pretéritas algunos grupos humanos vivieron en cuevas o cavernas, no es un impulso genético el que hoy los mueve, sino algo mucho más prosaico, como es la codicia por los valiosos minerales, cobre y oro por ejemplo, cuyas vetas se encuentran en la profundidad de las formaciones rocosas.
Hace algo más de un año, escribíamos sobre el inevitable componente de esclavitud que las grandes realizaciones de los hombres de todos los tiempos han requerido (*). Los antiguos, generalmente para glorificar a un ser de carne y hueso como todos, que se creyó e hizo creer a los demás que estaba por encima del resto de los mortales, por lo que debían dedicársele obras monumentales. Los modernos para satisfacer la desmedida ambición de grupos financieros cuyo deporte favorito es la acumulación de capital, y no obstante los muchos siglos transcurridos, en ambos casos con manifiesta crueldad y explotación de sus congéneres. Antes, de forma explícita esclavizando a los vencidos de otros pueblos o sojuzgando a los habitantes del propio, y hoy en formas larvadas de sometimientos basadas en la desocupación y una de sus consecuencias: la con-trata de gente para realizar trabajos pesados y peligrosos compensados por salarios insuficientes. De este modo se reproducen indefinidamente las necesidades perentorias de esos grupos, creándose así una fuerza de trabajo necesitada, siempre disponible para su explotación inmisericorde.
Ése es seguramente el caso de los 33 mineros sepultados en Chile -esperamos que transitoriamente- y el de las innumerables situaciones similares que se han dado a lo largo y a lo ancho del mundo a través del tiempo. Esta vez, la esperanza se funda en la determinación de todo el mundo por sacarlos de esa involuntaria prisión, y en encomendarse a los dioses para que ningún terremoto pueda destruir su precario refugio o inutilizar las excavaciones que se están haciendo. Recordemos que no hace mucho ese flagelo telúrico azotó a gran parte de la nación trasandina.
Reflexionando sobre este dramático episodio, no podemos menos que observar la gran movilización humanitaria y la colaboración internacional en equipos técnicos que lograrían eventualmente cristalizar la hazaña de rescatarlos con vida de las profundidades de la montaña, antes de que ésta “se asiente”, como dicen los lugareños para indicar que se han aplastado los espacios accidentales de su interior, muchas veces un rezago de conmociones geológicas ocurridas hace cientos de millones de años.
Esta movilización, tiene todos los condimentos de un espectáculo, con los diferentes estamentos sociales presentes y perfectamente escalonados, cada uno con su liturgia y aprovechamiento de las circunstancias, sin que falten ni los políticos, ni los sacerdotes, ni los militares, ni las omnipresentes cámaras de televisión. Todo ello mientras se reciben noticias reconfortantes sobre la entereza de esos rudos trabajadores atrapados a 700 metros de profundidad, que tienen por delante una larga y azarosa noche que durará varios meses.
Pero también tiene este episodio sus facetas positivas, pues estos prisioneros de la tierra están en contacto permanente con el exterior, reciben alimentos de calidad, tienen controles y supervisión médica, se les envían y sugieren instancias recreativas y, sobre todo, están en contacto con sus familiares, lo cual hace que la situación sea mucho mas llevadera que lo que sería en un aislamiento absoluto. Lo sanitario, lo alimentario, lo afectivo, lo recreativo, están cubiertos, y una expectante y nunca vista solidaridad planetaria que seguramente perciben, los acompaña en tan duros momentos.
Y –casi sin poder evitarlo- estas reflexiones me llevan a comparaciones que como suele decirse, pueden resultar odiosas, pero sin embargo ilustrativas. Imagino, y le pido a los lectores que hagan lo mismo, como debieron y deben sentirse los millones de personas que en el pasado y aún en el presente, han sido y son confinadas en cárceles o campamentos precarios, las mas de las veces con una alimentación repugnante, sin asistencia médica, sin mas recreación que el trabajo forzado en condiciones climáticas extremas, sin contacto físico ni visual con sus familiares, sin otras perspectivas que la inanición seguida de muerte y, lo que es aún peor, sabiendo que han sido recluidos y excluidos de la vida normal tan solo por pensar diferente y oponerse a los despóticos designios de un grupo de tiranos encaramados en el poder.
Dachau, Auschwitz, Birkenau, Treblinka, los campos de exterminio y las cámaras de gas donde los enfermos mentales promotores del nazismo pretendían “purificar la raza”. Siberia y los Gulags de la Unión Soviética donde, en el imaginario stalinista, serían supuestamente re-educados los que pensaban diferente. Las salvajes “purgas” de la Revolución China para todos los que no aceptaban las crueles directivas del Libro Rojo maoista. Las esclavitudes y asesinatos en Laos, en Camboya, en Irak y en tantos países africanos de los cuales solo nos llegan esporádicas noticias, padecidas por miles de millones de personas cuyo único crimen ha sido tener un pensamiento democrático sin adhesiones fanáticas a ningún líder carismático. Sin olvidar los prolongados secuestros de personas por tiempo indefinido por razones políticas, sin otra acusación que la disidencia con los regímenes totalitarios imperantes, perpetrados en tantas naciones latinoamericanas. Y ello sucede actualmente en Cuba, país donde pervive una de las dictaduras más recalcitrantes del planeta, con su medio millar de presos políticos cuyo único delito fue el de haber aspirado a vivir con libertad.
¡Cuánto sufrimiento acumulado por la humanidad! ¡Cuánta injusticia cometida por unos hombres contra otros hombres! ¡Cuánta sevicia en las torturas por simples razones ideológicas o religiosas! Esperar, contra toda esperanza…
En esto radica la diferencia de condición con los mineros chilenos. Esperan ser salvados con apoyo moral, con dignidad no exenta de heroísmo, con cobertura médica y social, en contacto virtual con sus seres queridos. Esperan, a favor de la esperanza.
Se trata siempre, de la libertad perdida. Esa libertad de moverse, de ir y venir, de de actuar o no, de pensar de una manera u otra, sin coerciones. Esa libertad en el fondo restringida por los límites que impone la libertad de los demás, pero que contiene en sí misma, “es” en sí misma, el componente esencial de la dignidad de las personas.
La Falda, Setiembre de 2010
(*) Moro Alberto. Esclavitudes monumentales, Ecos de Punilla Nº 324-año 2009
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